lunes, 6 de junio de 2011

Enramada

El hombre, de lo divino la sombra,
lo escoltó asombrado al monte alto,
aunque botado por el sueño tanto,
cómoda alfombra,
una moda
era esperar la gloria ya sentida
de sobra.
Pero repentinamente la faz resplandecida,
los ojos abiertos y la mente,
observar al nazareno presente
liderar una terna
eterna
de vida.
Hacer una oda debida, temblándole las canillas,
fue sólo un resbalón freudiano de voz y de palabra,
el imposible contacto humano, mediático: a millas
de volver a ser el prediluviano.
"Tu vista se abra,
Petros",
porque estaba tan sólo a metros,
la nube brillante le hacía sombra,
y de ella la voz fulminatriz
que salió como una perdiz
a posarse en su oído,
a decir sin desliz,
"Él es mi Hijo escogido".

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