jueves, 10 de marzo de 2011

Vuelta caza

Su corazón latía raudo, cada instante más,
y su cobriza piel al pasar se laceraba,
al pasar de prisa entre espinos. Jadeaba
y dentro de sus ojos se libraba liza, haz
de la flecha, muerte, a ras de la aljaba.

Y mientras la acechada corza huía de él,
del jinete de ruda bestia, Águila Blanca,
el bosque expandía los pulmones; la barranca
tumbaba con ventarrones los cascos del corcel.
Los ramajes eran trabas, alveolos del vergel.

El alma del cazador se angustiaba pronto
al ver que su montura se caía al vacío,
que extrañamente se perdía, y al fin del frío
monte sería presa. Rasgaría su manto
y el sacro tul. Moriría antes del llanto.

Oh, la madre Naturaleza tiene compasión
del hombre siempre, del veneno como el de sierpe
que mata al hombre; caía el montero torpe-
mente. Y, cuando su aliento ya de él se iba,
apareció la corza, que era su nagual, herida.

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