Luminosa lámpara que eras tú;
me hiciste sentir necesitado
de la llama y el acalorado
fuego. De oro el candelabro hindú,
encendió un calor en la pieza.
Como el sol en la franja celeste
alumbra y, luego, al Oeste,
muere, y arriba la condesa
de plata, que es la luna casta,
así se ensarzaron nuestras almas.
Sé tu arma, Rigveda nefasta
y roja, quemor de tus palmas.
Y ahora, detén el fuego: basta
con tus manos para que arda en llamas.
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