viernes, 27 de septiembre de 2013




Desestructuración igual destrucción

La tecnología es un espejo del hombre. De ahí que tengamos que movernos dentro de ella y, de alguna forma, hacer que ella se mueva dentro de nosotros. Esos límites pocas veces son solucionados. Hacemos que la reciprocidad sea más natural y menos explícita, mientras la aldea global se hunde en una mezcla amorfa de comunicación. ¿Qué es lo que mantiene a la comunicación por encima de nosotros? El hecho de que el ser humano sea lenguaje y que nuestro lenguaje nos componga quizás sea el acierto más satisfactorio. Buscamos, sin embargo, ponerlo arriba, tal como he dicho, porque abajo sería algo mucho más controlable, y nadie quiere eso. Queremos que el mundo nos controle. Como menciona Castells, queremos crear una identidad para refugiarnos de la desestructuración del mundo, que equivale a algo así como nuestro propio apocalipsis. La moda del racismo, la eterna contienda del feminismo y la apoteosis del vegetarianismo son algunas de las tendencias dicotómicas que han refugiado a las masas de la destrucción. Lo que miramos es solo una cara. He ahí parte de la suprema hegemonía de la dicotomía en la vida humana. Lo que hacemos es leer “el peligro de una sola historia”.

Las estructuras de poder giran en torno a la idea de ambigüedad. Todo lo que provoque crisis en la masa es lo que se mantiene por mayor cantidad de tiempo en la memoria colectiva, en esta nueva memoria fugaz que tenemos. Porque, según el autor, lo que la tecnología está creando en nosotros es una nueva sensación de vacío cognitivo.  Las personas se quieren ver alienadas de su realidad, alienadas de la sociedad, porque en sus pequeñas cabezas no cabe la idea de manipulación, y eso les da cierta sensación de control. La alienación dura hasta la catástrofe. Hasta la crisis. Y es entonces cuando la masa se vuelve a unificar y crece y el círculo vicioso sigue girando y girando. Lo que sucedió con Chimamanda es lo mismo que sucede con cualquier humano común y corriente. La discriminación puede ser voluntaria o quizá sutilmente lo contrario, pero eso es inevitable. Cada día discriminamos. La comunicación se convierte entonces en un arma de dos filos (de dos caras, para jugar más con la lectura). Miramos el filo de la información cayendo en nosotros tan rápido como un chajazo de navaja, y lo único que podemos hacer es poner las manos. Nuestro encuadre de la realidad es cada vez más diferente al de los demás que podemos decir que la comunicación diverge en cuanto al crecimiento de la población: la conclusión es demasiado lógica pero demasiado falsa. La aldea global se unifica pero se individualiza al extremo de ser descentralizada y reestructurada en múltiples focos. ¿Es el trabajo del comunicador redirigirlos todos o dejar encendido uno solo?

Fuentes:
Castells, M. La red y el yo: Prólogo.
Ngozi, C. The Danger of a Single Story. Video.

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