miércoles, 24 de agosto de 2011

Odio cuando me toca ver el pasado de lejos, escuchar cómo corre la cinta y se oyen las voces retrotraídas, los ruidos, los ruidos se van acoplando a la melodía electromagnética del pasado. Suenan como cualquier día de lluvia, las gotas se dejan llevar por el viento iracundo y toman direcciones imposibles, caen desde abajo, cosas así... mojan de todos modos los espíritus. Pero esto ya no se alcanza a escuchar en la grabación (la recordación es fallible la mayor parte del tiempo y eso lo sabemos muy bien), sino que hay que acercarse un poquito al corazón para que de pronto los juegos de huesecillos bailen con otro ritmo, y los mejores pormenores vayan apareciendo como adornos naturales.
Ahora puedo verte cubriéndote de la lluvia o del frío con una caperuza de musa, soñada, negra, ido mientras te veo ver el revolver de la gente a tu alrededor. Luego ya no estás. La banda que avanza pudo haberse rasgado y yo me desespero al pensar en eso, en un pedazo inaudible que está allí pero que se vuelve mudo quizás para evitarme la copa de vértigo. Me basta con saber que tú también estuviste allí, frente al repiqueteo de la lluvia a cántaros, como si cantaras la letra de la canción que no existe pero que ambos conocemos, o un bostezo, yo qué se, algo que me perdí cuando la cinta del casete se cortó a causa de mi cobardía de juguete.

No hay comentarios:

Publicar un comentario