miércoles, 11 de mayo de 2011

Al verla de lado la distinguí como distingo un ópalo de cualquier carbunclo, nada indefinido, simplemente un error en la escala perfecta que hace que la cuenta comience de nuevo. No tuve opción, pasé de largo esperando que su arista más despitado dejase soltar de casualidad un reflejo sobre mí. La olvidé tachada de precio exorbitante. Durante los próximos minutos, diminutos fragmentos de tiempo para el pulso vulgar, la eventualidad de seguir con mis pasos a alguien de quien, sita en mi sien, nada más, tenía la idea de encontrar, pegarme sin sentirlo contra el vidrio y continuar con el mismo rollo, era una especie de ritual habitual. Me fijé en la jugarreta a la que parecía darle vuelta y vuelta toda la vida, mejor callado para no sentime muy ascético, viendo un papel rosa como un verdadero mente-sosa. Así, ya, qué poder hacer sino montar un simulacro del que sólo yo sabría. Busqué entre los posibles resultados estafermo a mitad del río de gente; la ví de reojo acercarse y esperar a que me apurara a resolver algo por fin. Entonces la distinguí como rubí. Rubí rojo que relampagueaba en sus labios y reflejaba un negror, arriba, en su cabello. Me crucé en su camino (indiscreción), pero ella me vio, lo sé, aunque luego se estuviera arrepintiendo por dentro. Leía un libro para disimular tras las pestañas de araña, hermosa, encogiendo los hombros leve, quizás como para que ahora no "me desaprube" [sic].

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