viernes, 12 de febrero de 2010

Grial

Como quise detener el desastre. Salí entonces a caminar para tranquilizar un poco, pero el aire era volátil y mi cerebro no alcanzaba a oxigenarse. Empecé a marearme en mí mismo y lo que estaba delante de mí se desestabilizaba. Las letras eran casi ilegibles mientras las leía. Después bailaban y de último se iban volando. El alma corría y libaba desordenada. En la taza se movía una tormenta que derramaba el desenfreno, unas cabriolas hacía el alma que no se podía sostener sobre la corriente. Fue de esa forma que me perdí en un mundo ilógico de pensamientos que resultaban uno tras otro de manera desagradable. Un pájaro dorado saltó en el balcón de la ventana. Me vio y me dijo que el sol quemaba mucho y que las rosas de colores. Entré de nuevo a la habitación, pensé unos momentos y traté de relajarme. No había más qué hacer. Me había vuelto loco.

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