lunes, 8 de febrero de 2010

Febrero 8

Los campos Roosevelt, polvareda volante que deprime los corazones. Mientras andaba por la acera, a un lado del cuerpo que se revolvía en el suelo, vi la potencia de nuestro pueblo. Translucía a pesar de ese resquemor de pobreza que nos cerciora el mal estado de las cosas. La cara del anciano disecada que me miraba a través de los cristales. A causa del miedo que podía sentir, la calle continuaba contra la razón y mi paso se alargaba y enervaba cada segundo, no tenía cálculo. Comprendí, bajo el sol, que tenía todo después de todo; la desgracia aparente era nada frente aquellos que luchaban y así eran tan felices. Una parada despoblada, no sé por qué el bar Chaplin, y utensilios de lavado interpolados en las banquetas, pasaban a la par y me sentía alienado, de alguna forma frustrado, el tiempo transcurría y al final del cabo yo me retraía. Era una Éfeso: había dejado mi primer amor.
Más tarde viajaba sobre la calzada. Cuando la gracia se acabe algún día de éstos todo será bastante mejor.

hundertdreiunddreißig

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