jueves, 18 de febrero de 2010

Febrero 18

Hoy me levanté en el frío de la mañana, un día casi congelado, el viento rompía por las calles y soplaba totalmente parejo. La sala sonaba con el eco como si fuera una caverna de nieves. Los bronquios se apretaban dentro de mí. En momentos se llenaba la casa de un frío superficial, pero al cabo del tiempo se transformaba en lo que era sentimental, hay un sopor en las relaciones, nadie se movía por los otros. Así se mantenían las cosas, pareciera que se hacen horas de silencio y que la bulla que pervivía antes se ha quedado helada. La familia se emponchaba, suéteres de lana y las láminas del techo que son las que ayudan a enfriarlo todo.

—Nos vamos a morir el día de hoy.

Por la ventana se miraba la niebla que rondaba el trasfondo. Una emoción sutil. Se movía lentamente acariciando los pórticos y las fachadas de las vecindades. Uno muere despacio, sin sentir nada, de frío. Entonces comienza a latir —ya no se lo espera uno—felicidad de un instante. Mientras todo se congelaba aún había espíritu. Se sentía como el calor de sol o de verano que asoma su mano. Ver a quien causa sensación. Pensar que algún día la nieve se va a detener en mis labios. Y se va a derretir.

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